viernes, 18 de abril de 2008

Madre

Eres calor en la lejanía, un jardín perfumado de nardos y jazmines sembrados por tus manos, el canto de golondrinas en lo alto del pórtico de tu casa y la luz del amanecer que tímida se asoma por las verdes y rojas lomas ultrajadas por la ambición, escondidas en los desolados horizontes duranguenses. Tus ojos han visto el gérmen del México contemporáneo. Tus oídos escucharon las balas de la Revolución y aún escuchan cómo la patria se mueve, se le amedrenta y se entume. Contemplas generaciones y generaciones que se gestaron en tu amoroso vientre: tus hijos, tus nietos, tus bisnietos, tataranietos e inclusive tatara-tatara nietos. Eres testigo, una y otra vez, del ciclo de la vida.


Eres fortaleza, lágrimas, sufrimiento, templanza y tesón. Eres una máquina de coser que va uniendo con un estridente sonido capas y capas de sudor y cansancio. Eres amor. pero no de ese que se lee en las novelas, eres amor del sufrido, del tolerante y del sumiso. Por tu ventana pasa el polvo blanco y estéril de Agualeguas, pero a tus pies crecen espigas de sorgo rojizo, melones, tomates y sandías. Tus manos huelen a comino, tu presencia a aire puro y tus trabajadas manos dan la caricia más suave. Tu brazo es fuerte y tus sentimientos son un atardecer al horizonte: anaranjado, azul y violeta.

Eres las notas de un piano, el suave canto de una soprano, el dulce de azúcar de los volcanes en mi paladar. Tu olor es a cremas y perfume fino. Tu mente es tan jovial a pesar de tu edad, tienes el ímpetu de una niña de catorce años a tus cincuenta y tantos. Eres una flor de loto, con sus pétalos apuntando a todos los lugares donde está tu mente y tus acciones. Eres la voz de Dios en mis oídos y el sostén de cientos y cientos de sonrisas. Eres la inquietud sin el último falange de su dedo anular derecho. Eres el adiós y el hola. La despedida y el reencuentro. La suavidad de tu tacto y tu vientre y la dureza y silencio de tu tumba.

Eres única e irrepetible. Que en tus entrañas me alimentaste y concebiste tal y como soy. Que ahora nos une más que un cordón umbilical, cientos de momentos: alegres, tristes y cotidianos. Tu mente es un universo aparte. En ella se comprimen toneladas de creatividad materializada en tela, metal o un lienzo pintado. Tus ojos son la calma. Tu sonrisa un sol. Tus lágrimas un diluvio. Tus manos mi fogata. Eres el calor que me alimenta como el sol a las plantas, que nutre todo lo que toca. Eres trabajo y enseñanza. La regla, el pizarrón, los hilos, el gis, la maquiladora, del laboratorio al salón, pasando por los patios llenos de muchachos de secundaria a la hora del recreo. Eres un venero inagotable.

Ilustraciones (por orden de aparición) Leonor, madre de la madre de mi padre, Socorro, madre de mi madre junto con Virginia, Rosalba, madre de mi padre (Q.E.P.D.) y Virginia, mi madre.

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