miércoles, 29 de octubre de 2008

Clave



"Recordó entonces aquella presiada mañana de alguno de los marzos de su infancia. Se vió de nueva cuenta sentado en medio de piedras y yerbas afuera de la vieja casa de atrás, sintiendo la brisa que corría por el estrecho valle, el olor a humedad omnipresente y el zumbido sempiterno de los pájaros.

La vida era tan simple entonces, tan libre, tan desolada y tan tranquila. . . como caminar por una vereda verde, rodeada de chaparrales y con el aire despeinando su cobriza melena, siempre desalineada.

¿En qué momento esos andares sin prisas ni preocupaciones se convirtieron en esto? Se preguntó mientras conducía en medio del tráfico estresante de las ocho en una lluviosa noche de octubre."

Fragmento de "Las altas nubes de marzo".

Ilustración de Jeffrey Micheal Harp.

viernes, 3 de octubre de 2008

Rosalba


Altiva en tus andares te fuiste una fría noche de febrero, Rosalba. Tu último día fue uno de esos donde la claridad del cielo azul y despejado contrastaba con el aire frío del norte que reseca los labios y curte la piel de los cachetes. En una brisa revoloteada de brillantes y pequeñas estrellas el viento se llevó el olor a Theatrical de tus manos, el timbre agudo de tu voz y la forma cándida e inquieta de tu mirada.


A veces me gusta pensar que nomás te fuiste un rato a cabalgar por las rojos y accidentados terrenos de Durango. Que fuiste a hacer coro con el coyote nocturno y la bruma de la mañana. Que fuiste a bañarte a las aguas termales y a las playas de Cozumel o que tal vez duermes entre el jardín de nardos y jazmines de tu madre. Pero no. Te fuiste a aquél lugar del que me hablaste mientras te escuchaba sentado en una banca forrada con terciopelo rojo.


A veces te lloran, Rosalba, a veces. . . a veces te ríen, a veces te añoran. Pero yo solo te añoro. . . quizá porque nuestros caminos se bifurcaron muy pronto o por la simple melancolía de lo que se pierde en los bosques que el tiempo cubre de hojas secas y polvo. Sin embargo, me quedan las huellas de tus dedos marcadas en mis mejillas, en mi cabeza revolotea aquél timbre agudo y festivo de tu voz y cuando el sol hace brillar de color dorado de los vellos de mis brazos, recuerdo que soy también parte de tí.


Ilustración de Rene Magritte