jueves, 11 de febrero de 2010

Pedro



El recuerdo mismo de tantos ayeres nubla la visión del presente. La memoria de tu madre, protectora y fuerte te persigue aún hoy en tus días longevos. El recuerdo de tu padre, a veces indiferente, otras duro y otras más cariñoso, de quien heredaste esa característica dualidad que distingue tu trato.



Es normal que las lágrimas salgan al recordar días pasados, al recordar a tu Rosalba con su bullicio y movimiento, y al recordar aquél Torreón pueblerino e insipiente donde naciste. Es también normal que tus rodillas ya no sean las mismas, que otrora podían soportar el más arduo desgaste, hoy parecen no soportar siquiera unos cuantos pasos.



Te gusta estar dentro de tu coraza de firmeza y disciplina, pero los años te han caído de sorpresa, cuarteando cada una de tus fortalezas y dejando ver la sensibilidad y nobleza de tu ser. Eres un roble, Pedro, firme ante los embates del viento y dispuesto siempre a crecer más, anclado en tus fuertes y nutridas raíces.

Ojalá no tuvieras que irte nunca, Pedro, ojalá te pudieras quedar sin el estupor mismo que te causa el presente. Ojalá pudiéramos pasear juntos en el anaranjado atardecer de verano y comer juntos irónica azúcar sobre pan y hojuelas. Sin embargo, entiendo tus tiempos y tus razones, que no dependen de tí sino del destino, pero quiero que sepas, Pedro, que soy parte de tí y tu de mi aunque seamos tan distintos.