

Eres fortaleza, lágrimas, sufrimiento, templanza y tesón. Eres una máquina de coser que va uniendo con un estridente sonido capas y capas de sudor y cansancio. Eres amor. pero no de ese que se lee en las novelas, eres amor del sufrido, del tolerante y del sumiso. Por tu ventana pasa el polvo blanco y estéril de Agualeguas, pero a tus pies crecen espigas de sorgo rojizo, melones, tomates y sandías. Tus manos huelen a comino, tu presencia a aire puro y tus trabajadas manos dan la caricia más suave. Tu brazo es fuerte y tus sentimientos son un atardecer al horizonte: anaranjado, azul y violeta.

Eres única e irrepetible. Que en tus entrañas me alimentaste y concebiste
tal y como soy. Que ahora nos une más que un cordón umbilical, cientos de momentos: alegres, tristes y cotidianos. Tu mente es un universo aparte. En ella se comprimen toneladas de creatividad materializada en tela, metal o un lienzo pintado. Tus ojos son la calma. Tu sonrisa un sol. Tus lágrimas un diluvio. Tus manos mi fogata. Eres el calor que me alimenta como el sol a las plantas, que nutre todo lo que toca. Eres trabajo y enseñanza. La regla, el pizarrón, los hilos, el gis, la maquiladora, del laboratorio al salón, pasando por los patios llenos de muchachos de secundaria a la hora del recreo. Eres un venero inagotable.

Ilustraciones (por orden de aparición) Leonor, madre de la madre de mi padre, Socorro, madre de mi madre junto con Virginia, Rosalba, madre de mi padre (Q.E.P.D.) y Virginia, mi madre.