miércoles, 1 de abril de 2009

Aquí


En ese momento se tiró al piso e imploró que lo dejasen en paz. Sus cabellos estaban desalineados y suicios, su boca seca soltaba fuertes sollozos del alma misma, sus ojos inhundados bajo una tromba de lágrimas y sus manos temblaban de terror. Así estuvo, en la penumbra de aquella noche de octubre, mientras sombras y espectros siniestros rondaban a su alrededor.

Sin embargo, poco a poco los rayos de sol fueron resplandeciendo en medio de la obscuridad y pudo escuchar los primeros trinos de los pájaros en el fresco de la mañana. Se llevó las manos desgastadas a los ojos y secó sus lágrimas, con los dedos acomodó sus cabellos quebrados mientras los últimos sollozos apenas audibles desaparecían.

Con todo, salió y vio la luz del firmamento, caminó incrédulo por entre los árboles y sintió estabilidad y paz. Poco a poco dibujó una sonrisa, primero tímida y luego evidente, mientras el aire fresco de los primeros días de otoño peinó su remolineado pelo. Se quedó allí, alimentándose de la felicidad misma que la vida le trajo, no estando dispuesto a volver.

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