jueves, 23 de abril de 2009

Leonor



La sorpresa que me causa el que me ubiques en los archivos de tu casi centenaria memoria, hace que mis ojos pesen y las lágrimas se agolpen. En esencia eres una constante, desde los tiempos más recónditos de mi memoria te encuentro, así como te encuentran un par de generaciones que me precedieron y otro par al que yo vi nacer.

Eres la madre sempiterna de tus decenas de hijos, que adornamos tu blanca y quebrada cabellera. Quizá hoy la memoria no te alcance para saber de cuántos ya que dejaste de contarlos hace décadas. Sin embargo, tu corazón no tiene reparo ni limitantes en desbordarse como una madre por cada uno de ellos.


Tus manos, siempre dispuestas a dar la más tierna caricia, son creadoras de belleza constante. Es así que creas jardines con multitudes de flores cuyo concierto de color y fragancia contrasta con los montes rojizos de tu Durango. Las flores y los pájaros que rodean tu preciado jardín, son fuente de inspiración de kilómetros y kilómetros de manteles de encaje que con una obsesiva precisión tejes.


Cómo me gustaría saber qué es lo que han visto tus ojos. Has vivido tiempos de guerra y tiempos de paz, fuiste testigo de décadas y décadas de cambios, bonanzas, crisis, temblores, hambrunas, escacés, risas y llantos. ¿Quién pudiera ser tu? Ni las rocas mantienen la misma forma ante décadas de ir siendo arrastradas por las vicisitudes del río. Sin embargo tú, Leonor, conservas tu esencia, tu corazón inagotable, tus manos preciosas y tu brillante memoria.

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