viernes, 28 de marzo de 2008

La Elección


Percibí tu aroma de certezas,
y aun con la venda en la mirada
y las cadenas colgando de mis hombros flacos,
te seguí. Seguí el olor sutil de lo tranquilo.
Fuiste río en reposo en el cual nadé por siete días,
limpiándome las manchas de un tóxico pasado,
donde nunca hubo ese sabor a certidumbre
que tú produces cuando caminas por el mundo.

Hice de tu aroma mi camino
y de tus manos mi faro inquebrantable.
Me regocijé en los recíprocos campos
donde fui por vez primera objeto de un cariño,
donde fui algo más que el agua contra el muro,
que el mosco que choca ante los focos encendidos.
Y surgí entonces renovado, entre las más puras aguas;
entre el árbol que vigila las tormentas más calladas,
y las huellas en el lodo del que sabe lo que pisa.

Parado en medio de tu ombligo me di cuenta,
una noche llena de azules telarañas,
que no había sido yo quien te esperaba
en la mesa siempre puesta de mis días,
sino un miedo terrible y canceroso
que de mi corazón había hecho
el más torpe de los órganos del mundo
y que esperaba ansioso a su verdugo.

No. No es el bálsamo del beso que comienzas,
suave de marea ,antes de la duda.
No es tu mano firme, que me indica siempre
la ubicación de las orillas.
Fue el instante exacto en que tus ojos
hicieron que mi tórax aventara al precipicio
las viejas y oxidadas armaduras
que solían hacer de él, el tambor más triste,
la sombra más oculta de las sombras.
Fue el momento entero en el que pude
zurcir un corazón deshilachado
y hacer del amor la elección más fina,
la única correcta,
la firme construcción en la que habito.

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